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28 de Octubre 2004

Somos creativos, a falta de paisaje.

Rosario tiene lindas minas y buen fútbol. ¿Qué más puede pretender un
intelectual?. Esa es mi respuesta cada vez que me preguntan por qué vivo en
Rosario. Hecho que, por otra parte, no es demasiado curioso. Un millón
doscientas mil personas han tomado la misma determinación.
Lo de las mujeres, señores, es destacable. Más de una vez pensé, y hasta lo
propuse, que si había que hacer una campaña publicitando Rosario como
destino turístico, a falta de mar, picos nevados o juegos de azar, teníamos
que hacer hincapié en lo de las mujeres. Considerando, además, que ya pasó
aquel momento brillante de la ciudad, cuando se proclamaba Capital Mundial
de la Prostitución y miles de turistas llegaban a la Chicago Argentina en
busca del luminoso barrio de Pichincha. Momento que, por lógicas razones
cronológicas, no pude vivir, lo que me recuerda aquella frase de Woody
Allen: "Yo me perdí la Revolución Sexual por dos meses".
Admito que nunca encontré una frase impactante para mi propuesta
publicitaria. La fellinesca"Rosario, la ciudad de las mujeres" suena un
tanto obvia y sin gracia. "Rosario, Capital Nacional de la Potra", rotunda y
aceptada rápidamente por la vulgaridad de mis amigos, era sin duda burda y
bastante peyorativa hacia el género femenino. Buscar algo en torno a "loba",
nos hubiera emparentado demasiado con Roma. La idea quedó en la nada.
Este impulso mío de resaltar la belleza de las mujeres locales se
contrapone, paradójicamente, con una inquietante y reveladora teoría que
estoy por lanzar en breve mediante mi ensayo Somos todos feos. Sostengo
allí, valientemente, que el 90% de los seres humanos nos dividimos,
estéticamente, entre normales, feos y horribles. Solo hay, lo lamento, un
10% de bellos, que son aquellos a los que se les paga por su condición de
hermosos, aparecen en las tapas de las revistas, desfilan en las pasarelas y
brindan sus nombres a perfumes costosos. No se les exige decir frases
ingeniosas, pensar o emitir opiniones profundas. Sólo se les reclama que
sean lindos. Cuando se generaliza diciendo "La mujer brasileña es bellísima"
o "El hombre argentino es muy buen mozo", se habla, duro es admitirlo, de un
5% de nuestros habitantes.
Pero toda teoría tiene su excepción, mis amigos. Y debo aceptar que la mujer
rosarina (como la de Cali, Colombia) está muy pero muy buena. Rebuena,
dirían los chicos. Y aquí también arriesgo un par de explicaciones a tal
fenómeno natural. Primero: la soja. Esta leguminosa (hoy por hoy alimento
estrella a nivel mundial) es la base nutricia de la mujer rosarina, la que
la hace más sólida, más maciza, más protuberante y más sabia. Segundo: la
pendiente de la ciudad hacia la costa. Desde la época de las lavanderas,
nuestras señoras han debido bajar hacia el río, descender hacia el Paraná
por calles empinadas como Laprida o Rioja, lo que las obliga a echarse hacia
atrás buscando el equilibrio, comprimiendo los glúteos, tensando los
músculos del estómago y sacando pecho, para
sostener, además, el canasto de ropa sobre sus cabezas. Los resultados están
a la vista, mis amigos, aunque no todos al alcance de la mano. Usted no
puede darse vuelta a mirar a una señora en la peatonal Córdoba porque se
pierde la que viene de frente.
La exaltación de las mujeres, asimismo, se entronca en el recurso rosarino
de defender la ciudad rescatando el paisaje humano ante la moderada oferta
de atractivos geográficos mayores. Seamos realistas, el Paraná boca arriba
(como poetizó Pedroni) es enorme, pero no es el mar y alrededor no tenemos
ni siquiera mansas serranías, como Córdoba. Entonces, cada vez que el
rosarino habla de Rosario, menciona nombres y apellidos: el Che Guevara,
Olmedo, Fito Paéz, Baglietto, el Gato Barbieri, etc. etc. etc.
Por ahí va la cosa. Más que nada por el lado de la Cultura. Y sobre la
cultura rosarina siempre hay una mirada curiosa, desde otras latitudes. "
¿Por qué en Rosario se produce un movimiento cultural tan grande?", suelen
preguntarme periodistas porteños, por ejemplo, que llegan a Rosario y no
encuentran lugar en los hoteles, copados por un miniturismo atraído por la
oferta de teatro y espectáculos musicales, cuando no congresos o simposios.
"Porque en Rosario no hay otra cosa para hacer" contesto yo, medio en serio,
medio en broma. Lo que no es absolutamente cierto, pero que algún viso de
realidad tiene. Las ciudades turísticas no se caracterizan por generar
cultura. En Bariloche, digamos, la gente tiene puesta su energía en alquilar
esquís, elaborar chocolate, ahumar ciervos y ofrecer perros San Bernardo con
los cuales sacarse fotos. En Mar del Plata la energía recaerá en ofrecer
barcas para pescar tiburones, organizar un Bikini-Open, fritar cornalitos y
vender choclos en Punta Mogotes. Siempre me pregunto "¿Cuántos escritores
dio Las Vegas?".
Debe darse, además, en ciudades como Rosario, un condimento de contagio. "Si
de acá salió Fito -se preguntará algún pibe, como el mío, que toca el bajo-
y salió Baglietto y salió Litto Nebbia.¿Por qué no puedo salir yo?". Los
proyectos artísticos no suenan, entonces, tan descabellados. Como nadie se
asombra en Rosario si un pibe apunta para futbolista profesional. Todos
conocemos varios, hijos de amigos, sobrinos o conocidos que ha aparecido en
las inferiores de Ñuls, Central o Renato Cessarini.
En definitiva, Rosario es como una Buenos Aires más chica, afortunadamente
más chica y con muchos menos habitantes. Soy, lo confieso, uno de los tantos
rosarinos que anhelan, egoístamente, que no seamos millones. Nadie ha podido
explicarme cual es la ventaja de ser muchísimos, dónde radica el beneficio
de ser como San Pablo, o ciudad de México, exagerando. Rosario es una ciudad
de inmigrantes, marcadamente italiana, más tanguera que folclórica, más
comerciante que colonial, que busca un perfil identificatorio a través de lo
que hace y produce, Pero claro, nuestra proximidad con Buenos Aires a veces
nos mimetiza con ella.
Hablamos como los porteños, el tango nombra a San Juan y Boedo antiguo y
todo el cielo pero ignora el Monumento a la Bandera, no tenemos un cantito
como cordobeses, tucumanos o santiagueños y todo esto, en ocasiones, nos
acompleja, nos hace pensar que no somos diferentes ni reconocibles o que nos
falta una personalidad clara y avasalladora. En verdad, nunca me desveló ese
tema. "El estilo es la insistencia" dijo alguien. Y es ocioso sentarse a
esperar un estilo. Poco habría producido yo si, antes de empezar a dibujar,
hubiese pretendido definir mi estilo. El estilo aparecerá con el correr del
lápiz. A mi juicio la identidad, como el movimiento, se demuestra andando.
Con una buena cuota de creatividad. Rosario es una ciudad de creativos, mis
amigos. Por algo Belgrano, para crear la bandera, eligió Rosario.
Roberto Fontanarrosa

Posted by Rosarina at 28 de Octubre 2004 a las 07:22 PM

Comments

Que bueno que volviste!!
Yo no había leido el post anterio, pero me alegra que sigas apareciendo aunque sea a cuenta gotas.
¿Rosario tiene a Newells, qué más se puede pedir?

Posted by: Guty at 31 de Octubre 2004 a las 05:38 PM

Guty, sos un pelotudo, y tenías que saberlo. Te aprecio, te estimo, hasta te quiero eh, pero de Ñul no hables eh! jeje

Lu:
Me alegra leerte, aunque sea mediante el Negro genio. Al menos sabemos que no olvidaste a los amigos que te vienen a leer...enciam este texto no se por qué, pero me identifica, y es que soy porteño, pero la sangre tira, y yo tengo a Rosario como orgullo e insignia personal...algo medio raro, pero que me sirve para sentirme como en casa cuando voy.

Abrazo
Toro

Posted by: Toro at 1 de Noviembre 2004 a las 11:06 AM

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